Racing Club El Primer Grande

Milito para siempre

Y se va nomás. Protagonista de mil historias con final feliz, héroe y leyenda.

Mañana es el último partido de Diego Milito en el Cilindro y no te podés quedar afuera. (Foto Olé)

Se nos va el que volvió para consagrarse, para hacerse un lugar en la galería de los grandes de nuestro fútbol. Se va uno que fue ídolo en todas partes donde jugó. Se va una gambeta característica, una capacidad goleadora temible, un héroe silencioso de goles siempre decisivos. Uno que construyó sueños y hazañas colectivas con templanza y corazón, con audacia y perseverancia.

Se despide Diego Alberto Milito, el máximo ídolo de Racing de los últimos 50 años. Milito marcó una bisagra en la historia de este club y dejó una huella en el corazón de millones. Se despide el que, vaya uno a saber por qué, nunca tuvo 90 minutos completos en la Selección Nacional, y a pesar de eso nunca usó los medios como lugar de llanto o de polémicas. Sí lo vimos por la tele, lejos de acá, meta goles y goles para conquistar Europa. Lo vimos bajarle una pelota al holandés Sneijder bajo el cielo de Madrid, el 22 de mayo de 2010. Lo vimos picar al vacío, entrar al área y recibir la pelota de vuelta, lo vimos acomodarse, amagar con maestría y sacar un remate agresivo que se clavó bien arriba, como un puñal. Un ratito después volvimos a verlo, la tele rugía, amagando para dentro y enganchando para afuera, con un tal Van Buyten mareado, mientras Milito abría sus ojos grandes y saltones, de un celeste profundo y alerta, y abría el pie derecho y colocaba la pelota contra el palo derecho, inalcanzable. Y se consagraba como el rey de Europa, enorme, tanto como el baile ingrato que varios de esos alemanes nos dieron apenas unas semanas después, para sacarnos del Mundial. No lo sabíamos entonces pero ellos se estaban vengando de Milito. No lo sabíamos pero lo vimos, y ya lo soñábamos y lo esperábamos.

De su larga trayectoria en el fútbol son muy conocidos otros episodios que, aquí y allá, en todas partes, lo han convertido en una figura mítica. Lo habíamos conocido bien de cerca, siendo muy joven, cuando integró el plantel que el 27 de diciembre de 2001 logró un título para El Primer Grande después de 35 años. Había debutado tres años antes, en medio de una grave crisis institucional que le impedía contar con ropa de entrenamiento o incluso bañarse con agua caliente. De aquel recordado plantel campeón dirigido por Reinaldo Carlos Mostaza Merlo, Milito fue uno de los tres jugadores que completó los 19 partidos del torneo, marcando pocos goles pero siempre decisivos. Lo vimos llorar en cuero montado sobre el arco de la cancha de Vélez, de cara a nosotros, era apenas un chico que agitaba sus brazos y celebraba. Muy querido por la gente pero no todavía con la estatura de un ídolo, se fue de su Racing un tiempo después para jugar en el Genoa de Italia. Allí contribuyó con sus goles a lograr el ascenso de ese club a la primera división del fútbol italiano. En 2005 se mudó al Real Zaragoza de España, donde protagonizó verdaderas hazañas futbolísticas: en los cuartos de final de la Copa del Rey de 2006 anotó dos goles para eliminar al Barcelona (campeón de Liga española y Liga de Campeones aquel año), mientras que en la semifinal le convirtió cuatro goles al Real Madrid en un solo partido, un verdadero hito en la historia del fútbol español. A pesar de perder la final de aquella Copa, Milito se transformó en capitán y referente del equipo: en la temporada 2006-2007 alcanzó la marca de 23 goles para convertirse en el segundo goleador histórico del Zaragoza en una sola temporada. Y cada fin de semana Milito preguntaba por Racing, nosotros lo seguíamos, él nos seguía.

En 2008 volvió al Genoa, y a fuerza de fútbol y muchos goles captó la atención de los clubes grandes de Europa. Milito preguntaba de nuevo, Racing se salvaba del descenso, el Cilindro tronaba de lágrimas, Milito crecía, y con él la esperanza. El destino lo llevó al Inter de Milán, donde entró en la historia grande del fútbol mundial: en la temporada 2009-2010 conquistó la triple corona (Scudetto italiano, Copa Italia y Champions League). Primera vez que un equipo italiano lograba el triplete; el Inter ganaba el torneo continental después de 45 años. El príncipe anotó todos los goles importantes que le permitieron al equipo ganar todo lo que jugó ese año: antes de aquellos dos recordados en la final europea contra el Bayern Munich, ya había cruzado un derechazo violento para ganar la Copa Italia contra la Roma, ya había punteado la pelota contra el palo para quedarse con el campeonato italiano frente al Siena. En la cima de la gloria Milito preguntaba y aguardaba.

Y nosotros, en la tele, cada fin de semana podíamos escuchar a los tifosi interistas cantar por su ídolo: E faccia un gol eh eh, e faccia un gol eh eh, Diego Milito faccia un gol, E é la Nord che te lo chiede, Diego Milito facci un gol…En cualquier rincón de Argentina nosotros también esperábamos, mientras soñábamos ovaciones para el mejor futbolista de aquella temporada en Europa. Idolo en Genoa, en Zaragoza, en Inter de Milán, Milito sentía ese llamado y una deuda: debía volver al club de sus amores, al Racing Club de Avellaneda, para hacerse acá también, definitivamente, un lugar entre los más grandes. Una lesión grave en la rodilla lo marginó de las canchas por un largo tiempo, ¿vuelve o no vuelve?, nos preguntábamos. Es Milito, va a volver.

Y como en las películas, un día de 2014 Milito volvió, y fue capitán y referente, y el príncipe se convirtió en ídolo. Es difícil relatar la experiencia de ese semestre, pero basta decir que dejamos de verlo y empezamos a vivirlo. Salió campeón en el primer torneo que jugó para la Academia en su vuelta. El Primer Grande conseguía un título después de 13 años de espera. Y de la mano del Racing Positivo predicado por Diego Cocca, y de su capitán, Racing retomó un camino de grandeza, renació la esperanza, volvió a jugar y protagonizar copas internacionales. La historia dirá que la suya fue una contribución clave no sólo para lograr el título, sino para transformar la vida cotidiana del club más allá de lo estrictamente futbolístico. Tuvo un aporte decisivo para que algunos de sus compañeros, de carreras modestas hasta entonces, se transformaran en jugadores de renombre en el ámbito local e incluso internacionalmente. Milito los alentaba, los elogiaba públicamente. Su presencia jerarquizaba al equipo, a los partidos, incluso a los rivales. Al fútbol en general. Lo quieren sus compañeros, sus rivales, todo el mundo. Los dirigentes lo quieren al punto de que le ofrecieron quedarse de la manera y en la función que él prefiera.

Porque salía a la cancha como un embajador del fútbol grande con sus años, con su rodilla maltrecha, con sus ganas infinitas, con sus toques de distinción permanentes. Vaya si vamos a extrañar esos toques de primera, esos desmarques, todo ese cúmulo de experiencia sobre un solo tipo. Quiso el destino que el único equipo que le ganara a Lanús, finalista del torneo argentino, fuera Racing. Y le ganó con un gol de Milito, que recibió un pase desde la derecha y entrando por el centro, a la carrera, tocó la pelota suavemente, casi despidiéndose, y la pelota pegó en la cara interna del palo derecho y entró mansamente. Una exquisitez con sabor a despedida, para ver mil veces.

A Milito, con pasado reciente de gloria en Europa, jamás le escuchamos una queja pública. Nunca contra un rival, contra un árbitro ni un técnico, mucho menos contra un compañero. Incluso cuando debió salir del equipo (para muchos de nosotros, injustamente) para darle lugar a otro, lo vimos, ahora bien de cerca, sumar, sumar y sumar. Milito es tan grande que en su última etapa fue capaz de ceder simbólicamente el lugar de la figura del equipo.

¿Cómo agradecerle a Milito, si su vuelta coincidió con el renacimiento deportivo, institucional, anímico de Racing?

¿Cómo agradecerle si su influencia se extendió mucho más allá de la cancha para transformar a Racing en un remolino arrollador de sueños y esperanzas?

La tribuna grita que lo mejor que tiene Racing es su gente, Milito nació de esa gente. Milito es Racing. En este universo caótico celeste y blanco habrá, sin dudas, un tiempo A.M. (Antes de Milito) y otro D.M. (Después de Milito). Sólo con seguir la huella habrá un D.M. de ilusiones multiplicadas, de grandes ambiciones, de proyectos sostenidos, de fortalecimiento de la institución, de ir por más. Por eso ningún “gracias” alcanza, por más grande que sea. No te vayas campeón, queremos verte otra vez. Siempre.

Juan Cruz Lapenna
@juancruzlapenna

Crédito: Notas-Periodismo Popular

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