Racing Club El Primer Grande

Le pega «parte externa»

Fue en mis orígenes como hincha, pegado a la banderita del córner. Un descubrimiento asombroso…

Hacía un tiempo que iba a la cancha, no en forma continua, todavía no estaba fanatizado, era chico y mis preocupaciones eran otras, pero recuerdo como si fuera hoy a mi abuelo vestido para la ocasión, entiéndase esto como camisa, pantalón de vestir, zapatos y paraguas; ¡sí, paraguas! , aunque afuera hubiera un sol que rajaba la tierra, no importaba, el siempre decía “por las dudas, uno nunca sabe cuando se va a descomponer”. Pero mas allá de la discusión climática, lo importante y determinante era ese objeto, porque la vestimenta era más o menos siempre la misma, pero si era fin de semana, las doce en punto y con “paraguas”, inequívocamente se iba al cilindro.

Le digo: “¡Abuelo! ¿me llevas?”, y veo un gesto de fastidio en su boca por la demora que le iba a causar, pero un brillo orgulloso en la mirada que me confirmaba la aceptación al pedido, entonces me contesta: “andá y avisale a tu madre”, “¡volvemos tarde!” agrega gritando mientras subo la escalera de a tres escalones.

Shortcito, zapatillas de cuero gastadas de patear todas las tardes, porque en esas épocas no estábamos con los botines todo el día como los pibes de ahora, y arriba la gloriosa, nueva, brillante, regalo de mi último cumpleaños. Sabía el itinerario de memoria, caminata a la estación, cerca de siete cuadras, el Sarmiento de Ituzaingó a Once, el “98” hasta Avellaneda y de ahí otra pequeña caminata hasta el estadio.

Tarde de sol, pero fría, Racing jugaba con Almirante Brown, el momento del club por esos años era malísimo, el peor de la historia para ser mas preciso, pero mi abuelo, socio vitalicio, espectador de las finales contra el Celtic tanto en Avellaneda como cruzando el charco entre otras tantas vivencias, se encargaba de que el proceso sea mágico y encantador durante toda la jornada dejando de lado el presente gris.

Ni bien llegados al estadio y dispuestos para disfrutar “reserva” y “primera”, nos afincamos en “nuestro” lugar, porque es así, por algún motivo digno de estudio uno hace suyo un sector de la cancha, y el nuestro era la “parecita del córner”. En ese sector del campo de juego donde se unen la línea lateral y la del fondo, el “presidente Perón” presenta una pared recta que en los extremos desciende diagonalmente buscando dichas líneas, y Francisco, así se llamaba el papá de mi mamá, se ubicaba en la que baja en dirección al círculo central, no hacia el centro de la tribuna.

“Desde acá hay una vista privilegiada, mejor que en el resto de la cancha, y mirá que acá se ve bien de todos lados eh” decía, y en un punto tenía razón, y ese punto era, y aún sigue siendo, la cercanía con los futbolistas, con los gritos entre ellos, con los sonidos propios que entrega este deporte.

El partido de primera comenzó, el conjunto albiceleste se puso rápidamente en ventaja gracias a un cabezazo del torito Raffo, y un rato después aumentó el tanteador por un gol en contra luego de un disparo de Caldeiro que se desvió en un defensor rival. Pero el suceso del que les quiero hablar llegó antes de que concluya el primer tiempo…

Tras una serie de rebotes la pelota derivó en un tiro de esquina a favor de Racing, era ahí, de nuestro lado, bien cerquita. Se acercó como habitualmente en ese torneo, trotando tranquilo, quizás por la victoria momentánea, Félix Lorenzo Orte, “el Pampa”; grandote, rubio, medias bajas, “éste es bueno” me susurra mi abuelo, que a esa altura hablaba mas que un comentarista radial.

Apenas colocó el balón pegado al banderín, algo me extrañó. Miraba atentamente y no me daba cuenta, y de repente, mientras el “7”, porque ese número tenía en la casaca, se acomodaba los rulos, me di cuenta. Siendo la diestra su pierna hábil, se había parado muy recto a la pelota, casi como zurdo, y por supuesto, no entendía bien que sucedía.

Pateó, la pelota cruzó el área y se perdió del otro lado, pero eso era lo menos importante, ahí fue que cuando solté el grito: “¿Qué hizo abue? ¡cómo le pegó?” pregunto desconcertado. “¡Viste, viste que lindo!”, “¡Le pega “parte externa”!”, “¡con esto!” me dice mientras se señalaba la parte de afuera del zapato, “así el esférico va girando, se acerca al arquero y facilita el impacto del atacante”, un libro abierto el nono. Años después, gracias a una pegada similar, el Chelo Delgado me hizo gritar hasta la afonía en un dos a dos increíble contra los vecinos en “la doble visera”, pero esa es otra historia.

El encuentro continuó, La Academia venció cinco a uno en lo que fue el mejor de los partidos para esas épocas, posteriormente emprendimos la vuelta luego del festejo final y el aplauso al equipo.

El regreso se daba desandando el camino, pelando maníes y analizando el encuentro, seguramente debo haberme quedado dormido en el tren, como siempre, pero algo tengo presente de ese viaje de vuelta; durante la última caminata, la que nos depositaba en casa, en cada paso realizado no pude prestar atención a otra cosa, más que a la parte externa de mi zapatilla.

 

Por Ariel Gutierrez 

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