Sebastián Saja lloró desconsolado al despedir al Príncipe. Fiel ladero del capitán, el Chino conmovió a todos y abrió un interrogante: ¿se marchará junto con Diego?
Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo…
Sebastián Saja ayer amaneció moqueando. No son lindas las despedidas. Ni siquiera las que tienen final de película, con el protagonista llevado en andas y besando al amor de su vida. Es mentira. Nadie ríe cuando suelta una mano, cuando ve que su compinche no estará nunca más ahí delante para acompañarlo hacia el final del túnel, para ir juntos una vez más -como lo hicieron durante dos años- por un nuevo desafío.
Se marchó Milito, nomás. Se fue el gran amigo y sostén de un tipo que siempre fue sostén de todos. De grandes y chicos. En buenos y malos momentos. Porque antes de la llegada del gran capitán, el arquero le puso el pecho solito a Racing. No daba más. Estaba exhausto y encontró en Diego a su musa inspiradora para quedarse en la Academia y llegar a conquistar un título merecido. Junto al Príncipe, moldearon un plantel ganador, de conducta intachable y cultor de un profesionalismo extremo.
Conmueve ver a Saja llorando como un nene. Apoyando en su pecho a Milito como si fuese otro hijo. Conmueve su grandeza, el amor de un compañero a otro, del modo más puro. Quizá Saja haya jugado ayer su último partido en el Cilindro, pero se llamó a silencio: la fiesta era de su amigo. Prefirió aguantar la angustia hasta donde pudo. Hasta que el resto de los jugadores también fue a saludarlo y quebró en llanto. ¿Habrá sido también su despedida? El Chino, a esta hora, lo está analizando. Quiere a Racing, lo quiere en serio, pero el temor a que una última temporada no tan buena empañe todo lo bueno que hizo también le ronda por la cabeza. ¿Será momento de irse un año al exterior? Sólo lo saben él y su almohada.
En caso de seguir los pasos de Milito, se habrá terminado por completo la era de estos dos amigos que demostraron que con convicción y dedicación se puede llegar muy lejos.
Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo…
Si esto fue el final, sólo queda decir gracias…
Fuente: Olé
Racing Club – El Primer Grande
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